Conflictos neutralizados por Christopher Shaw


Los conflictos pueden tener orígenes sumamente variados, y su resolución también demanda de nosotros gran flexibilidad y sensibilidad. Sea cual sea la estrategia que implementemos, no cabe duda de que Dios le da mayor peso a las actitudes de los involucrados que al desenlace del conflicto.

La Palabra presenta innumerables escenas de conflicto en la vida de las personas que marcaron una diferencia en la historia del pueblo de Dios. Algunos de ellos, como Jacob, Elí y Roboam, manejaron mal las situaciones y pagaron un alto precio por su necedad. En otros casos, los involucrados mostraron profunda sabiduría. En el presente artículo examinaremos tres de estas situaciones, intentando identificar la causa del conflicto, el camino tomado para su resolución y el resultado obtenido.

Abraham y Lot – La generosidad revelada (Gé 13.5–13)

A. El contexto

La prosperidad que acompañó a Abram como resultado de su obediencia a la voz de Dios, saliendo hacia la tierra prometida, trajo sus problemas. Alguien ha observado que el éxito puede rápidamente convertirse en un problema y, en el caso de Abram, el crecimiento de sus rebaños produjo exactamente esto: «Hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot» (13.7). El problema era sencillo, pero potencialmente podría ser el comienzo de una guerra.

B. La resolución

La clave de la intervención de Abram la encontramos en el verso 8: «No haya ahora altercado entre nosotros dos ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos». Esta es una de las claves para resolver exitosamente un conflicto: tener una convicción inamovible de que nuestra condición de hijos de Dios automáticamente excluye ciertos tipos de comportamientos, como la gritería, la maledicencia, la venganza o la murmuración. Cuando perdemos de vista que estamos tratando con personas que Dios valora profundamente, corremos el peligro de actitudes de desprecio y condenación.

El segundo paso que tomó Abram fue la de repartir las tierras. «¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si vas a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si a la mano derecha, yo iré a la izquierda» (v. 9). A Abram correspondía la elección de las tierras, pero mostró preferencia hacia su sobrino, adoptando la misma actitud que Cristo, quien no consideró el ser igual al Padre como algo a lo cual aferrarse (Fil 2.6). Esta postura solamente se puede asumir cuando una persona tiene absoluta convicción de que su vida, sus pertenencias y su futuro están en manos de Dios. No necesita maniobrar para conservarlas, pues sabe que el Padre vela por su bienestar y de esta manera, puede resolver los conflictos en un espíritu de confiada quietud.

C. El desenlace

La consecuencia inmediata de la intervención de Abram fue que las tensiones entre los pastores de Lot y los suyos cesaron. Por ser parte de un pueblo espiritual, sin embargo, aseguró una consecuencia que iba más allá de lo inmediato. Al poco tiempo «Jehová dijo a Abram, después de que Lot se apartó de él: "Alza ahora tus ojos y, desde el lugar donde estás, mira al norte y al sur, al oriente y al occidente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre."» (13.13–14). Es importante tomar nota de esta segunda consecuencia, porque muchas veces nuestra intervención puede asegurar una resolución temporal, pero no una bendición a largo plazo. Queda claro que Abram honró a Dios con una actitud de generosidad que abrió las puertas para una mayor bendición en su vida. ¡Aquel que actúa dentro de los principios de la Palabra no tiene forma de perder!

Moisés, Miriam y Aarón – La mansedumbre ejemplificada (Nm 12.1–15)

A. El contexto

El libro de Números aporta la segunda escena en esta serie: «Miriam y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado. Ellos decían: —¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?» (vv. 1, 2). Llaman la atención al menos dos detalles del pasaje. El primero, que aparentemente la raíz del problema era la esposa de Moisés. Da la impresión que Miriam y Aarón la desestimaban por su origen no hebreo, y el desprecio es el inicio del odio. Solamente podemos despreciar a otros cuando la opinión que tenemos de nosotros mismos es más alta de lo que deberíamos.

El segundo detalle remite a la soberbia presente en este desprecio, luego de descalificar a la esposa de Moisés, Miriam y Aarón se sintieron con libertad también de cuestionar su autoridad. Del mismo modo que fue juzgado el hijo del Hombre por juntarse con pecadores, estos dos descartaron a Moisés por la compañera que tenía. Su cuestionamiento, sin embargo, revelaba algo más profundo que la incapacidad del profeta: una ambición personal por acceder al puesto que él ocupaba. Aunque podemos disfrazar nuestras críticas, con frecuencia no son más que un indicio de las malas actitudes que ya están alojadas en nuestro propio corazón.

B. La resolución

La intervención en el problema tiene dos partes. El relato dice que «lo oyó Jehová. Moisés era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra» (vv. 2, 3). En la primera, observamos que Dios tomó nota de los comentarios de Aarón y Miriam. Esta realidad debe inculcar en nosotros un temor santo. A menudo creemos que lo que hablamos no son más que palabras. No obstante, Jesús advirtió que «toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mt 12.36). Aun cuando no veamos ningún tipo de disciplina inmediata, es un asunto serio hablar mal de otros, y especialmente de los que están en autoridad.

La segunda faceta resaltada en este incidente es la actitud de Moisés, pues actuó con la misma mansedumbre que Cristo tuvo ante sus acusadores. Esta actitud es esencial para el ministerio del líder, pues Dios no lo llama a defender su puesto, ni su persona. Cuando el líder se tensa y comienza a argumentar, en lugar de afianzar su autoridad, la pierde. Pero si da amplio lugar para que Dios actúe, afirma a la vez que el Señor lo ha puesto en esa función y ni él mismo puede escaparse de ella sino hasta que el Padre así lo indique. En este caso, el respaldo de Jehová fue la manifestación visible del agrado de Dios en la postura humilde de su siervo.

C. El desenlace

El profeta confió que el Señor haría lo que fuera necesario, y su confianza no fue defraudada. «Entonces la ira de Jehová se encendió contra ellos; y se fue. Y la nube se apartó del tabernáculo, y he aquí que Miriam estaba leprosa como la nieve; y miró Aarón a Miriam, y he aquí que estaba leprosa» (vv. 9–10). El Señor se encargó de disciplinar a estos dos que se habían rebelado contra Moisés. Primeramente compartió con ellos una revelación: «Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras» (vv. 7–8). Observe ¡qué interesante! Moisés no elaboró una lista de las evidencias que él consideraba confirmaban su autoridad. Más bien dejó que Dios proveyera la evidencia. Por esta misma razón no se sintió con autoridad para castigar a Miriam y Aarón.

La evidencia de que la actitud de Moisés era realmente genuina es la intercesión de él para que Dios sanara a su hermana. Este es uno de los caminos más eficaces para mantener alejada de nuestros corazones la amargura hacia aquellos que nos han generado conflictos. Cuando los convertimos en motivo de oración el Señor derrite en nosotros cualquier dureza que se pueda haber formado. ¿Será porque Cristo había orado previamente por Pedro que pudo luego restaurarlo con tanta ternura? En el caso de Moisés, seguramente su actitud mansa fue una de las razones que movieron a Aarón a arrepentirse, cuando reconoció que habían «actuado locamente» (v. 11).

Pablo, Bernabé y los judaizantes – El diálogo en acción (Hch 15.1–29)

A. El contexto

En la medida en que la iglesia crecía, empezaron a surgir algunas tensiones por la insistencia de los creyentes judíos en imponer los ritos de su pueblo sobre los creyentes gentiles. Ese conflicto pone de manifiesto una triste realidad: son muy raras las ocasiones en que una división es impulsada por un recién convertido. Más bien, quienes han estado por largo tiempo en el ámbito religioso son los más propensos a los altercados. En este caso, el conflicto tenía sus orígenes en una diferencia de visión. Pablo y Bernabé querían llevar el evangelio de gracia a los gentiles, mientras que cierto segmento dentro de la Iglesia seguía una línea dura que perseveraba en el histórico pecado de Israel, el no mirar con compasión hacia las naciones que debían bendecir.

A este problema se le sumó una segunda complicación: «Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos» (v. 2). Es decir, a pesar de los intentos de llegar a un acuerdo, el diálogo simplemente se degeneró en una tremenda discusión por la cual no podían llegar a ningún acuerdo. Aunque habían llegado a Jerusalén para buscar socorro de aquellos que tenían mayor autoridad en la iglesia, el debate no dejó de ser intenso. Debemos señalar, no obstante, que la discusión se dio precisamente porque los hermanos querían trabajar en armonía. Bien podrían haberse trasladado a otra zona, sacudiéndose el polvo de los pies; sin embargo, primeramente intentaron un acercamiento de posiciones.

B. La resolución

La decisión de la iglesia fue sumamente sabia. «Por eso se dispuso que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión» (v. 2). En ocasiones no se puede avanzar por medio del diálogo entre los que están en conflicto, pues los temas son de muy difícil resolución o los ánimos están muy encendidos. El compromiso de los que están en Cristo, entonces, es buscar todos los caminos posibles para llegar a un acuerdo. Jesús mismo dio instrucciones de que si no se lograba convencer a un hermano se debía llamar a un testigo (Mt 18.16). En este caso, la iglesia local decidió apelar a un tercero para mediar en la situación.

Se destacan tres elementos en el relato de Lucas. Primero, hubo también en Jerusalén una gran discusión (7). Esto no indica, para nada, que el encuentro fue negativo. Más bien nos da la pauta de que se permitió a los hermanos una plena participación en la discusión del asunto. Muchas veces no llegamos a una resolución porque estamos demasiado apurados en lograr una definición y no se respeta el proceso de diálogo necesario.

En segundo lugar, observamos que los ancianos y apóstoles dieron oportunidad a Pablo y Bernabé para testificar de lo que estaban experimentando en el ministerio, contando «cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles» (vv. 4, 12). Este detalle es importante porque muchas veces los debates se desarrollan en el marco de lo teórico. Los fariseos no creían que Jesús podía sanar a un ciego de nacimiento (Jn 9), pero el hecho es que ¡el hombre ya no era más ciego! En ocasiones debemos ajustar nuestra teoría a la realidad, pues los frutos de una vida consagrada hablan con la misma elocuencia de la mejor teología (Mt 7.16).

En tercer lugar, se mostró profundo respeto por las figuras claves en la iglesia, que en este caso eran Pedro y Jacobo. Ambos apóstoles intervinieron en los momentos más álgidos de la discusión y aportaron consejos sabios para el grupo. Aunque ninguna persona tiene un monopolio sobre la verdad, Dios ve con agrado que su pueblo se sujete y honre a aquellos a quienes él ha dado mayor responsabilidad en su casa.

C. El desenlace

El encuentro en Jerusalén produjo dos resultados preciosos para la Iglesia. Primeramente se estableció un antecedente acerca del valor del diálogo. Es evidente que todos los presentes mantuvieron un actitud de sensibilidad espiritual, pues en la resolución pudieron declarar confiadamente que le había «parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros» el acuerdo logrado (v. 28). Semejante logro solamente es posible cuando nos vestimos de la misma actitud de Cristo «no haciendo nada por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. No buscando su propio provecho, sino el de los demás» (Fil 2.3–4).

A la vez, el encuentro dejó definitivamente asentado que el cuerpo de Cristo posee una maravillosa variedad de manifestaciones, teología que Pablo desarrollaría extensamente en sus cartas (especialmente 1 Co 12). Gran parte de los conflictos que surgen en el ámbito de la iglesia tienen sus orígenes en una actitud de desprecio hacia quienes no piensan, visten o creen exactamente como nosotros deseamos. Esta es la misma actitud de Miriam y Aarón y deshonra la originalidad con la que Dios nos ha creado. ¡Nuestras diferencias deben ser motivo de celebración, no de división!

Conclusión

Los conflictos pueden tener orígenes sumamente variados, y su resolución también demanda de nosotros gran flexibilidad y sensibilidad. Sea cual sea la estrategia que implementemos, no cabe duda de que Dios le da mayor peso a las actitudes de los involucrados que al desenlace del conflicto. Tengamos cuidado, entonces, para que siempre haya en nosotros un espíritu manso, humilde y compasivo. ¡El Señor proveerá de todo lo demás!

©Apuntes Pastorales, Volumen XXIII – Número 3

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